Noe Casado
Autora española de novela romántica con más de 15 libros publicados, su pasión por la literatura inicia al acabar la secundaria, decantándose primero por la novela histórica y luego la romántica, aquí algunas de sus obras.

Antes de que te eche de menos
Desde que cumplí doce años, mi vida ha sido el sueño de muchas niñas: salir de un barrio obrero y lograr la fama, con una cara bonita como único patrimonio.
En mi caso, fui tan ingenua que no quise ver el lado negativo. Solo tenía un objetivo en mente: convertirme en una modelo de fama mundial.
Mi rutina se resumía en posar para sesiones interminables, desfilar y, pese al cansancio, acudir a fiestas en las que permitía que desconocidos me halagasen. Y yo, creyéndome la reina, no daba importancia a ciertos comportamientos: si me tocaban más de la cuenta o me invitaban a cenas privadas, no veía el peligro.
He disfrutado sin pensar en nada más que en el momento.

Dame una oportunidad
Después de una carrera plagada de éxitos sobre los escenarios operísticos más importantes, me he visto sumergida en una complicada situación profesional que se ha agravado aún más por mi situación personal.
Mi marido ha desaparecido, no me responde a las llamadas y, por si eso no fuera ya bastante humillante, he descubierto que me ha dejado con serios problemas económicos. Así que no me ha quedado más remedio que actuar en una ópera rock, con argumento romántico y características muy alejadas de mi registro como mezzosoprano, a pesar de que mi prestigio haya quedado en entredicho.
Si ya dudaba si aceptar o no ese trabajo, tras conocer al coprotagonista me pregunto si seré capaz de soportarlo: un roquero sin filtro verbal y de cuestionable estilo al vestir, que me birla el maquillaje y que siempre está rodeado de fans dispuestas a todo por su ídolo.

Ya no creo en tus promesas
Desde que conocí a Finleymi vida ha sido un cuento de hadas: un matrimonio de película, lujo por doquier y un hombre a mi lado que me ha hecho feliz durante todo el tiempo que ha durado el engaño.
Nunca imaginé que mi marido llevara una doble vida, por eso me sentí tan traicionada cuando lo descubrí y decidí alejarme de él.
Sin embargo, Finley no estaba dispuesto a consentir mi marcha. Yo era una pieza que no se podía permitir perder en su retorcido plan, así que ideó otro mucho más retorcido que el anterior para que volviera.
¿Para qué? Supongo que para recuperar su «inversión», es decir, a mí, porque eso es lo que me consideraba.
Mandarlo a paseo sin duda era lo más acertado para mi paz mental, pero él disponía de los medios y los contactos para hacerme la vida imposible. Así que me vi forzada a aceptar un trato que pisoteaba mis principios.

Entre líneas
Hace ya tiempo que dejé atrás mi apodo de marquesita (cosas de instituto pijo) para centrarme en mi carrera profesional como periodista, cosa que a mi familia no le hizo mucha gracia pero que, al final, aceptó. He trabajado duro para que mis apellidos queden al margen y se me valore por mí misma.
Mi sueño era lograr formar parte de la dirección del periódico por el que tanto había sacrificado. Sin embargo, me llevé un jarro de agua helada cuando el director me dejó fuera e incorporó a los puestos de mando a un extraño, un enchufado con el que pronto surgieron desavenencias; un tipo sarcástico e insufrible al que le pusimos varios motes, entre ellos, «el sádico del rotulador rojo».
Y ahora, cuatro años después, la historia se repite.
Ha quedado vacante el puesto de director y, ¿a que no imagináis quiénes son los dos candidatos?
Exacto, él y yo. Guerra sin cuartel. Todo vale. Esta vez no me van a dejar fuera. El puesto es mío, me lo merezco.

Y no me importa nada
Mi relación con Ezra fue igual que un cóctel de frutos secos: cuando abres la bolsa, te prometes a ti misma que te comerás únicamente lo que te gusta y tirarás a la basura esos garbanzos tan duros que solo meten para rellenar. Aunque al final te sorprendes, pues acabas con todo, con lo bueno y con lo malo.
Pasé por alto las señales e hice oídos sordos a sus advertencias de que no era tan solo el típico malote que fumaba a escondidas en el instituto, robaba en los supermercados o falsificaba las notas.
Ezra hacía mucho daño a quienes él decidía, en especial a las mujeres. No le temblaba el pulso para mantener su posición dentro de ese mundo sórdido en que estaba instalado.

En el punto de partida
Ella me traicionó y yo le salvé la vida. Nunca he hecho excepciones con nadie, solo con ella.
A cambio, le puse algunas condiciones.
Primera: jamás regresaría al país. Segunda: no contactaría bajo ningún concepto con sus seres queridos. Tercera: no podría llevarse ningún objeto de su vida actual. Cuarta: se olvidaría de mí.
Ha pasado el tiempo y creo que no se ha saltado ni un requisito; no obstante, me voy a asegurar de ello, pese a la promesa que me hice a mí mismo de no volver a ponerme en contacto con ella. Durante los últimos meses he cumplido por obligación con mi parte, sin embargo, ella es mi debilidad.

Mis malos hábitos y tú
Nunca he sido responsable, ni creo que alguna vez vaya a tomar ese camino.
¿Merece la pena? Pues no. Vivo de puta madre en mi mundo lleno de excesos (todos los que se os pasen por la cabeza, sí, y muchos más que no imagináis) y no tengo que preocuparme de nada.
El problema es que, según mi familia, he llegado a un estado de descontrol tal que deciden (vaya estupidez) cortarme el grifo y meterme en vereda.
Así que me veo obligado a mantener una farsa, ingresar en un centro de desintoxicación y aguantar el chaparrón. Si piensan que van a cambiarme, lo tienen claro.
Me gusta mi vida tal y como es, así que la psicología barata y una reclusión no van a hacerme cambiar. Las familias ricas esconden sus problemas y yo lo soy, así que sin importar lo que cueste cada mes el centro de rehabilitación, me veo obligado a ir. ¡Con lo bien que invertiría yo ese dinero en juerga!

Sin ir más lejos
Soy el ejemplo perfecto de mujer florero.
Durante toda mi vida me han aleccionado para ello y he cumplido a la perfección mi papel.
Pero de repente la realidad se impone, y no de forma suave, no, sino con un bofetón cruel que te deja desorientada y sin saber qué hacer. Lógico si rara vez he pensado por mí misma; primero mis padres y después mi marido se han encargado de tomar las decisiones importantes de mi vida.
Así pues, no me queda más remedio que buscar una salida; el problema es que no sé ni por dónde empezar.
De ahí que, agobiada, casi arruinada y sin perspectivas de mejora, acabe pidiendo ayuda a quien sé que me la va a negar, pero ¿Qué alternativa me queda?

No sé quién eres y me da igual
Mi prometido se ha ido con otra y en vez de decírmelo a la cara, me manda un triste mensaje de voz tras abandonarme en un crucero de lujo en el que íbamos a desconectar y a disfrutar de tiempo para nosotros.
Mi empresa de moda se tambalea. Nunca pensé que, después de tanto esfuerzo, mis colaboradores, en los que había depositado toda mi confianza y a los que había pagado sueldos astronómicos, se pusieran de acuerdo en hacerme la puñeta.
La prensa especializada en moda me ha tachado de insulsa y fraude, así que no tengo ni ganas ni inspiración para salir a flote.
¿Qué puede hacer una mujer de cuarenta ante una situación así?

Las mujeres que me han jodido la vida
El fin justifica los medios, y por ello no me arrepiento de nada de lo que he hecho.
Nunca imaginé llegar tan lejos porque mi futuro era poco o nada halagüeño, pero me aproveché de las circunstancias, sin preocuparme demasiado de quién salía perjudicado.
En mi profesión y con mi experiencia pocas cosas me sorprenden ya, y eso que he visto de todo, así que no debería afectarme tanto algo que pertenece al pasado.
Sin embargo, después de casi veinte años de silencio, ella se pone en contacto conmigo. Y no para felicitarme ni para saludarme, ni mucho menos para decirme que en un momento estúpido y nostálgico se ha acordado de mí. No. Quien me ha escrito a través de sus abogados es una hija de puta, con todas las letras. Nada que ver con la persona que conocí en el último año de colegio, cuando tan sólo era una estudiante brillante con problemas familiares, poco agraciada y sin recursos.

Porque tú lo vales
Me llamo María Asunción Peralta de la Merced y Luengo Medina. ¿A que es un nombre elegante? Como no podía ser de otro modo, en mi círculo social todos tenemos nombres similares, aunque cuando cumplí los quince elegí uno más abreviado e igual de elegante: Sun.
Hay gente que piensa que haber crecido en una familia adinerada, sin tener que trabajar y con la vida resuelta, es una maldición.
¡Ja, ja, ja! Yo considero que es lo mejor que te puede pasar.
Disfruto de las comodidades de las que dispongo, recibo una sustanciosa asignación de la empresa familiar, en la que no tengo que poner un pie porque la dirige mi padre, y sólo me preocupan dos cosas: mis amigas y el hombre de mis sueños.
A las primeras las tengo siempre a mi lado; sus consejos y compañía son imprescindibles.

Negando la realidad
De una boda, en teoría, sale otra boda. Chorradas. ¡Qué más quisiera yo!
Porque os seré franca, quiero casarme cuanto antes, pero no me sirve cualquiera.
En mi entorno familiar, el matrimonio es un arte, o al menos así me lo ha explicado mil veces mi madre.
He tenido novios y pretendientes; sin embargo, ninguno cumplía todos los requisitos, empezando por una cuenta bancaria saneada. Ya sé lo que estáis pensado, no hace falta que me lo digáis, pero antes escuchad mis razones.
Yo no valgo para trabajar, mis estudios son limitados y, la verdad, no me he criado entre algodones para ahora echarlo todo a perder. Así que necesito un candidato a esposo que, preferiblemente, no me saque muchos años y que, además, no sea difícil de mirar. Aunque, según mi madre, eso es lo de menos, «a todo se acostumbra una, hija», es su frase preferida.

Aquí me tienes
¿En qué consiste exactamente comportarme como un hombre, según mi padre? Además, claro está, de tener contenta a una niña pija para que su padre financie un negocio. Un proyecto que se fue al garete porque la susodicha me ha dejado plantado. A mí, a Simón de Vicentelo y Leca, por un tipo sin pedigrí. No la culpo, aunque las consecuencias no me van a gustar.
Sí, os sorprenderá que aún se den situaciones como ésta, aunque debéis entender mi postura. Desde que tengo uso de razón mi única meta en la vida ha sido... bueno, la verdad es que no he tenido ninguna aspiración concreta, me bastaba y sobraba con vivir rodeado de comodidades, evitar sobresaltos, codearme con gente de mi círculo social y encontrar a la mujer que encaje en todo esto.
Era una idea estupenda que se ha ido resquebrajando poco a poco. Y para un urbanita convencido como yo, el peor castigo es, sin duda, tener que pasar dos meses en un entorno rural en el que puede suceder de todo, y me temo que nada bueno.

A mi manera
Digan lo que digan, tener un affaire con un compañero de trabajo siempre sale mal, y si además yo soy la jefa, la situación es aún peor.
No me preguntéis por qué, pero es así. Si un jefe se enrolla con una subordinada se entiende, se tolera, incluso se halaga y aplaude. Sin embargo, cuando el jefe es una mujer, se critica, se censura y si, al final la cosa acaba mal, es ella quien paga el pato. ¿Me equivoco?
De mí se dicen muchas cosas: que soy altiva, déspota, adicta al trabajo, metódica en exceso, inflexible..., pero no son más que halagos, por supuesto...
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